Bob Dylan y la congruencia

Benjamín Torres Uballe
@BTU15

La designación del cantante y compositor Bob Dylan como Premio Nobel de Literatura generó en
nuestro país, al igual que en el resto del mundo, cierta controversia, especialmente en la esfera de
la intelectualidad. Las razones tanto de los auténticos literatos como de los “desechables”
fabricados en los foros televisivos parecen haber coincidido en esta ocasión: Dylan no era
precisamente el mejor candidato para recibir el galardón de la Academia Sueca.

En mi generación crecimos escuchando a los Rolling Stones, los Beatles, los Doors y, por supuesto,
al gran Bob Dylan, entre otros destacados referentes a que nos obligaba la rebeldía de nuestra
juventud. Después de tantas décadas, la admiración y el gusto por la obra musical de Dylan
permanecen intactos. Sin embargo, en el campo de la poesía, no obstante sus bien logradas
composiciones, está distante del trabajo de los grandes poetas de nuestro continente, como un
Pablo Neruda, Octavio Paz, Rubén Darío, Mario Benedetti, Nicanor Parra, Nicolás Guillén y Gabriela
Mistral, entre otros.

Desde luego que no está a discusión el enorme talento del cantautor estadunidense, plasmado en
las letras de sus canciones. Lo aportado a la  cultura de su país y los millones de fans en el planeta
son un testimonio sólido de la calidad de su trabajo creativo durante todos estos años.

Quizá la controversia se origina cuando se voltea la mirada hacia el notable grupo de escritores
cuyos incuestionables meritos parecen haber sido ignorados por el jurado del Nobel. Las
conjeturas son inevitables: ¿motivos políticos?, ¿el delicado asunto de los refugiados en Europa?,
¿la ola de atentados en los países de la Comunidad Europea?, ¿la masacre en Siria?, ¿y hasta las
elecciones en Estados Unidos donde el loco Trump pudiera llega a la Casa Blanca? ¿Algunos de
esos motivos guiaron las manos en la Academia para asignar a un rebelde pacifista el Nobel de
Literatura?

¿No era mejor, en todo caso, dada la influencia de Dylan en temas pacíficos, considerarlo para el
Nobel de la Paz? Hoy, y luego del anuncio de la Academia, es el propio Robert Allen Zimmerman
(su nombre real) quien con su silencio parece no estar deslumbrado con el nombramiento. Él sigue
cantando y escribiendo canciones, es lo que mejor hace, por eso la gente lo escucha y lo seguirá,
con o sin el Nobel.

Una vez más la Academia Sueca está en el ojo del huracán, como lo ha estado en diversas
ocasiones desde el momento en que sistemáticamente se negó a otorgar el máximo premio de las
letras al inmenso escritor argentino Jorge Luis Borges. Sí, la Academia está sujeta a la duda y al más
severo escrutinio por los vergonzosos “olvidos” en que ha incurrido “voluntariamente” a través de
su historia.

Y aquí la respuesta no está flotando en el viento, sino las directrices que parecen imponerle a
quienes se encargan de realizar las designaciones de los premiados. Pretender colocar a Bob Dylan
en una arena que si bien no le es ajena, lo coloca en desventaja ante los “especialistas” de la
literatura mundial, exhibe al mismo tiempo la parcialidad y probable sumisión de los académicos
suecos en los multicitados nombramientos.

Resulta plausible la sobriedad y congruencia de Bob Dylan al no seguir la parafernalia mediática
tras darse a conocer su nombramiento. El silencio por el que ha optado demuestra que está más
allá del bien y el mal, que no necesita de premios cuestionados para continuar expresando de
forma espléndida su genialidad musical. En eso es grande, en ese trabajo es incontrovertible.

Mientras escribo esta columna disfruto de “Like a Rolling Stone”, una de mis ‘rolas’ favoritas de
Bob Dylan y confirmo mi sentir: es una estrella de la música, de la élite, de los consentidos. Insisto:
de la música. Intentar meterlo con calzador a la literatura es un despropósito mayúsculo.

ENRIQUE OCHOA REZA Y RICARDO ANAYA: EL CIRCO

En un auténtico chisme de lavadero se convirtió el intercambio de acusaciones entre el dirigente
del PRI, Enrique Ochoa Reza, y Ricardo Anaya, del PAN, a causa del tema de los ex gobernadores
Javier Duarte de Ochoa y Guillermo Padrés, ambos acusados de diversos delitos.

Ochoa y Anaya se reprochan mutuamente de encubrir al par de virreyes. Más descaro no es
posible. El PRI solapó casi durante seis años las tropelías de Javier Duarte en Veracruz. Pero el PAN
hizo lo mismo en Sonora, con el hoy prófugo Guillermo Padrés, en tanto duró su desastrosa
gubernatura. Quitarles los derechos partidistas es una grotesca simulación.

El PRI y el PAN son igual de culpables por haber permitido la conducta ilícita de sus mandatarios,
así que no pueden evadir su responsabilidad. Lo saben y también saben que habrán de pagar las
facturas en el 2018.

 

Benjamín Torres Uballe55 Posts

Benjamín Torres Uballe es autor de la columna 'Andares Políticos' que se publica en diversos medios digitales en la República Mexicana. Es apasionado de México, aficionado irredento al futbol, le gusta leer, oír música, conversar y caminar sin rumbo. Alucina a los gandallas.

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